LA MULTIPLICIDAD DE            IGLESIAS
Con frecuencia oímos decir que hay demasiadas   iglesias. Este tema nos suena algo extraño. No creemos que   existan demasiadas iglesias; todo lo contrario, especialmente si   consideramos que la iglesia, en singular, es un baluarte contra   toda clase de mal. La iglesia se alza contra la infidelidad,   contra el vicio, contra otros muchos males. Si consideramos que la   iglesia es un faro que proyecta sus rayos de fe, esperanza, amor,   verdad, moralidad y otras virtudes cristianas a este mundo   entenebrecido, hemos de concluir que hay pocas iglesias.
Ahora bien, considerando este tema desde otro punto de   vista, tenemos que decir que, efectivamente hay muchas iglesias.   Existen muchas doctrinas y prácticas religiosas distintas   entre sí. Esta multiplicidad de iglesias, que profesan   diferentes credos y sostienen doctrinas distintas, constituyen un   serio tropiezo para la persona que busca la verdad.
No podemos considerar este tema sin meditar lo que las   Escrituras inspiradas tienen que decirnos al respecto. En la   oración que el Señor Jesús elevó al   Padre unas horas antes de ser traicionado por Judas, encontramos   estas palabras: 
"Mas no ruego solamente por   éstos (es decir, por los apóstoles),
   sino también por los que han de creer en mí por la   palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh   Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno   en nosotros; para que el mundo crea que tú me   enviaste" (Juan 17.20,21). En una conversación   familiar que Cristo sostuvo con los apóstoles, el   Señor les dijo:
 "Y yo también te digo, que   tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi   iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra   ella" (Mateo 16.18). La roca a la cual se refería   el Señor, era la confesión que Pedro había   hecho sobre la divinidad de Jesús. Y en este pasaje es muy   conveniente notar que Cristo se refirió a su iglesia en   singular.
El apóstol Pablo tuvo que combatir en sus   días contra aquellos que empezaban a dividir la iglesia de   Dios. Hablando a los miembros de la iglesia en Corinto Pablo les   dice: 
"Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro   Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa,   y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis   perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer.   Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos,   por los de Cloé, que hay entre vosotros contiendas. Quiero   decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de   Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. ¿Acaso está   dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O   fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?" (1 Corintios   1.10-13). Vemos como ya en el primer siglo Satanás trataba   de sembrar la cizaña de la división. Y ello es   comprensible. Según este pasaje, la iglesia de Corinto se   dividía por simpatías personales. Esta tendencia no   ha cesado con el tiempo. Incluso a pesar de estas amonestaciones   que encontramos en las Escrituras, las divisiones continúan   en nuestros días. Han cambiado los nombres, pero la   situación sigue siendo idéntica. La invención   de nuevas doctrinas, el cambio de otras consideradas viejas, el   desarrollo de credos humanos totalmente extraños a la   voluntad de Dios, han creado y están creando divisiones que   Dios no aprueba.
Los líderes religiosos se han dado cuenta que   este estado de cosas perjudica notablemente a la causa de Cristo y   por ello han trabajado activamente durante los últimos   años para conseguir la unión entre las diferentes   denominaciones cristianas. Este esfuerzo ha sido concretado en lo   que se conoce por movimiento ecuménico. Este movimiento ha   conseguido, por espacio de algunos años, la unión de   varias iglesias históricas que como resultado de ello,   tienen ahora un nombre común, una afiliación   común, una organización común y una gran   liberalidad de pensamiento en cuestiones doctrinales. Pero   aún existen muchos otros grupos que trabajan para una   unión más representativa en el campo cristiano.
Esta unión es digna de ser alabada, pero no   podemos olvidar que tras estos esfuerzos en busca de la   unión, se esconde un serio problema: hay uniones sin   unidad. No hay una sola fe, ni un sólo cuerpo de doctrina,   ni una misma línea de convicciones personales. Hay   simplemente un acuerdo de no estar en desacuerdo en algunos puntos   relacionados con la fe. Se trata, en muchos casos de creer lo que   se quiera con tal de seguir siendo miembro del mismo cuerpo   doctrinal.
Los representantes de estas iglesias se han cuidado   mucho de no herir los sentimientos de aquellos con quienes han de   trabajar, y para ello han llegado a la conclusión de que   todas las iglesias tienen razón, que todos vamos al cielo,   aunque por diferentes caminos. Este punto de vista ha imperado   especialmente en los últimos años. Se ha considerado   suficiente la honradez de propósitos, la sinceridad de las   convicciones y la profundidad de los sentimientos. Pero esto es   completamente distinto a lo que hemos leído del   apóstol Pablo: 
"Que habéis todos una misma   cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que   estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un   mismo parecer" (1 Corintios 1.10).
Nos gustaría decir aquí algo que con   frecuencia pasa desapercibido: Vivimos en una época en que   la búsqueda de la verdad parece estar a la orden del   día. Vivimos en una época científica. Hoy   día tenemos millares de hombres y mujeres que pasan cientos   de miles de horas en los laboratorios, tratando de descubrir algo   nuevo. El método científico ha sido respetado por   todos. Y como resultado se ha experimentado un gran progreso en   las comunicaciones y en todos los órdenes de la vida. Si   tuviésemos que escoger un lema que definiera nuestra   época, nos inclinaríamos por este de Proverbios   23.23: 
"Compra la verdad, y no la vendas; la   sabiduría, la enseñanza y la inteligencia".   Los hechos cuentan. Vivimos en una generación en que los   hombres no quieren detenerse en aproximaciones; reclaman la verdad   exacta de todas las cosas.
Así como desde hace mucho tiempo sabemos que dos   y dos es igual a cuatro y no a 13 o a 19, y así como   sabemos también que la tierra es redonda y no plana,   debemos saber también que las enseñanzas de Dios son   todas verdaderas, y que son falsas aquellas que difieren de las   mismas. Un profesor que enseñase que la tierra es plana en   lugar de redonda, no permanecería mucho tiempo en una   escuela.
Las enseñanzas de la Palabra de Dios son reales y   verdaderas, y todas las variaciones y doctrinas o derivaciones   diferentes a lo que enseñan las Escrituras, son   equívocas. Fue Cristo mismo quien dijo:    
"Conoceréis la verdad, y la verdad os hará   libres" (Juan 8.32).
La religión cristiana se basa en la verdad, en   los hechos. Pero la multiplicidad de iglesias perjudica   notablemente esta verdad. Las olas de la incredulidad se mueven   por la tierra y los pensadores dicen con sarcasmo:    
"¡Bonita historia es la suya si en el cristianismo se   puede creer de la forma que cada uno quiera!". Y casi podemos   oír la risa irónica del ateo cuando oye decir acerca   de este cristianismo: 
"Cree lo que quieras, que todo es   verdad". Estas palabras suenen al oído del ateo como la   historia de Alicia en el país de las maravillas. Nuestra   única esperanza está en volver a la fe sólida   y a las convicciones personales que tenían los primeros   cristianos.
Tenemos que volver a la Biblia y dejar que la Palabra de   Dios nos defina la verdad cristiana en cada punto de fe y   práctica. Hablemos donde la Biblia habla y callemos donde   la Biblia calle. Tomemos siempre un 
"así dijo el   Señor" para todo cuanto hagamos en nuestra vida   cristiana. Restauremos la iglesia original, tal como se   fundó en el primer siglo. Si todos volviésemos a lo   que está escrito en la Palabra de Dios,   descubriríamos que es posible ponernos de acuerdo unos con   otros y todos con Dios. Permaneciendo todos en una base   sólida de verdad, en la verdad de Dios, podremos conquistar   al mundo en el nombre de Cristo.
- Hermano Enrique
La Voz Eterna, Septiembre 1971